

La disfunción eréctil, a menudo abreviada como DE, se caracteriza por una incapacidad persistente para lograr o mantener una erección del pene suficiente para un rendimiento sexual satisfactorio. Esta afección puede manifestarse de diferentes formas y grados. Algunos hombres pueden no ser capaces de lograr ninguna erección, mientras que otros pueden conseguir una erección pero no lo suficientemente firme como para mantener relaciones sexuales.
La categoría más amplia de trastornos del pene engloba diversas afecciones que afectan a la función sexual del hombre. Dentro de esta categoría, la disfunción eréctil destaca como una afección específica en la que un hombre no puede lograr o mantener una erección adecuada para la actividad sexual.
A la hora de categorizar la disfunción eréctil, ésta se divide a grandes rasgos en dos categorías: orgánica y psicógena. Históricamente, la mayoría de los casos de DE se atribuían a factores psicológicos, pero esta perspectiva ha evolucionado con el tiempo. Los conocimientos actuales se inclinan en gran medida hacia la naturaleza orgánica de la mayoría de los casos de disfunción eréctil, aunque los factores psicológicos pueden seguir desempeñando un papel.
La disfunción eréctil, antes denominada impotencia, se ha redefinido a lo largo de los años. Se ha pasado de considerar la disfunción eréctil principalmente un problema psicológico a una afección en la que predominan las causas orgánicas. El cambio del término "impotencia" a "disfunción eréctil" también ha hecho que la definición sea más específica y exhaustiva.
Las causas orgánicas de la disfunción eréctil son aquellas que tienen una base fisiológica. Pueden deberse a afecciones o cambios en el organismo que impiden el flujo sanguíneo, las funciones nerviosas o los niveles hormonales, afectando así a la erección. Las causas orgánicas pueden ser vasculogénicas, neurogénicas o tener etiologías hormonales.
La causa orgánica más frecuente de disfunción eréctil está relacionada con trastornos vasculares o de afluencia. Se trata de trastornos que afectan al flujo sanguíneo al pene, que es crucial para lograr y mantener una erección.
Varios factores de riesgo directos pueden contribuir a la disfunción eréctil. Entre ellos se encuentran los problemas de próstata, ciertos medicamentos como el sildenafilo, afecciones como la enfermedad de Peyronie y el priapismo. Además, a medida que avanza la edad, la prevalencia de la disfunción eréctil tiende a aumentar. Por ejemplo, mientras que a los 40 años sólo el 5% de los hombres puede sufrir DE completa, esta cifra aumenta hasta el 15% a los 70 años.
El estilo de vida y los conocimientos también pueden influir en la aparición de la disfunción eréctil. El consumo excesivo de alcohol, la falta de conocimientos sexuales y unas técnicas sexuales deficientes pueden contribuir a los problemas de erección. Estar informado y elegir un estilo de vida saludable puede a veces mitigar el riesgo.
Algunas enfermedades están directamente relacionadas con la disfunción eréctil.
La diabetes es una de ellas.
Además, existen dos tipos distintos de disfunción eréctil: La disfunción eréctil primaria, en la que el hombre nunca ha sido capaz de lograr o mantener una erección, y la disfunción eréctil secundaria, que se adquiere más tarde en la vida después de no haber tenido problemas de erección anteriormente.
Al comprender las distintas categorías y factores asociados a la disfunción eréctil, las personas pueden buscar el tratamiento y las intervenciones adecuadas. Esto no sólo mejora el bienestar sexual, sino también la calidad de vida en general.